Viaje a Japón: la geisha y la tradición

A ojos de un occidental desinformado, la geisha puede pasar como una suerte de escort de alto standing un tanto extravagante, pero nada más lejos de la realidad. Las geishas, con su misterio y elegancia, juegan un papel crucial en la conservación y cuidado de muchas de las tradiciones más queridas de la cultura japonesa. En la etimología de su nombre “persona que practica las artes” encontramos, en esencia, la naturaleza de esta profesión. Localizar y ver una geisha en Japón no es cuestión sencilla y hay barrios que conoceremos en nuestro viaje a Japón de noviembre-diciembre de 2024 que visitaremos, con las cámaras preparadas para poder fotografiar alguna de ellas. En algunos barrios en Japón se ha llegado a prohibir incluso retratarlas. ¿Quieres saber más sobre las geishas? Sigue leyendo en nuestro Blog Oneira.

Su historia retrocede hasta el nacimiento de los barrios del placer durante el período Edo. Entre sus murallas florecieron todo tipo de negocios en pos del disfrute de los clientes. Ejerciendo el vetusto oficio del placer, poco a poco se fue generando una suerte de jerarquía entre las acompañantes; empezando por la prostitución más vulgar ejercida en condiciones de semiesclavitud por hijas de campesinos abandonadas hasta una más refinada practicada por cortesanas con el objetivo de encandilar a los hombres más pudientes. Entre estas últimas se cultivaba todo tipo de talentos e ingenios, además de vestirse con las telas más opulentas, para permitirse optar a un status superior que le alcanzara a ser la meretriz de un poderoso. Es en este contexto, y en clara competición con las cortesanas, fue cuando a mediados del siglo XVIII, nacería el oficio de geisha. A pesar de este ambiente, desde el inicio el papel de la geisha se ciñó a entretener y divertir a los asistentes de un banquete haciendo uso de todas las habilidades artísticas a su alcance (cantar, bailar…) y de una exquisita compañía que se hacía valer a través de su cultura, su conversación y sus modales. Su oficio fue claramente delimitado por una serie de leyes promulgadas por el gobierno que incluyeron hasta el número de adornos que podían llevar en el cabello, los nudos de sus kimonos y, lo más importante, la estricta prohibición de no poder ser tocadas por los clientes. Esta legislación, que en un principio buscaban proteger a las prostitutas de la creciente fama que estaban acumulando estas advenedizas, tuvo un efecto insospechado: las geishas se convirtieron a ojos de la gente en mujeres fascinantes, sobrias, elegantes y mucho más respetables que sus compañeras de barrio.

A pesar de la pompa y el misterio de estas mujeres, el camino para convertirse en geisha era tan largo como tortuoso. Las aspirantes, conocidas como “maiko” en sus primeros años, comenzaban su formación muy temprano, con menos de 10 años. Normalmente eran de extracción humilde, compradas a sus familias de campo por parte de las gerentes (“Okaasan”) de las casas de geishas (“okiya”). Sus primeros años se dedicaban a las labores de hogar en la okiya, a la par que comenzaban un entrenamiento intensivo en diferentes artes, hasta que en algún punto se especializaban en alguna en particular, siendo la danza la que tenía mayor consideración. Conforme avanzaban en su aprendizaje, empezaban a acompañar a las geishas a sus citas, en una suerte de hermandad entre la mayor y la novata, hasta que en vistas a su éxito entre los clientes pasaban por un ritual por el que eran bautizadas oficialmente como geishas.

Con el paso de los años el papel de estas ganó en influencia y poder, siendo la restauración imperial su época dorada, donde encontramos incluso casos de geishas emparejadas con prominentes hombres de estado. Uno de los más ilustres fue el matrimonio entre la geisha Ikumatsu y el líder Kido Takayoshi. Este último, en su etapa rebelde recibió una ayuda crucial por parte de Ikumatsu, quien lo escondió y protegió, salvándole la vida. Cuando se produjo la restauración del poder imperial, Kido no olvidó el papel que jugó la geisha en sus peores momentos y no dudó en casarse con ella. Fue esta época donde alcanzaron su mayor estatus en cuanto a fama e influencia. Pero como todo llega a su final, décadas después llegaría su declive. Durante la segunda guerra mundial, por las necesidades propias del conflicto, las geishas debieron dejar su oficio y dedicarse a trabajar en las fábricas que alimentaban al ejército japonés de cuanto necesitara para combatir al adversario norteamericano. Tras la derrota del país y la consiguiente ocupación americana, el lugar de las geishas empezó a perderse entre los enormes cambios que se intuían tras la derrota. Ese mundo flotante, como otrora fue definido, de abanicos, inciensos, arreglos florales y ceremonias del té, representaba una tradición que comenzaba a quedarse atrás por los vertiginosos cambios socioculturales de la segunda mitad del siglo XX.

Hoy aún persiste la figura de la geisha, y conservan ese poder fascinante a ojos de propios y extraños, aunque cada vez son menos las mujeres que lo practican, luchando por mantener viva esta profesión depositaria de la tradición japonesa. Si queréis conocer más, os recomendamos un film: «Memorias de una geisha» es una película que nos transporta al enigmático mundo de las geishas en Japón, donde a través de una narrativa visualmente deslumbrante, se revela la vida de una mujer que, en medio de la adversidad, descubre su poder y belleza en una sociedad llena de tradiciones y secretos.»

A.  Bermejo Vesga

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