La mítica reina de Saba ha persistido en la memoria de los habitantes de la Península Arábiga durante miles de años. Se cree que su reino llegó a extenderse desde el Noreste de África hasta fundamentalmente la parte que ocupa Yemen.  Los fenicios, que algunos consideran originarios de las costas de Omán, país que visitaremos en enero de 2020 con Oneira,  también mantienen una tradición vinculada con esta reina. Se cree que el reino de Saba tenía su capitalidad en el pueblo de Sheba, que se encuentra en el suroeste de Arabia.

La leyenda alrededor de esta gran mujer, llamada Bilquis, Astarté o Makeda según las tradiciones yemení, fenicia o etíope, se mantiene hasta nuestros días. El Corán, la Biblia y el Kebra Nagast, el libro sagrado etíope, refleja el encuentro con el rey Salomón hace unos 3.000 años. Algunos artistas y escritores de diversas culturas han fantaseado con estos episodios, e incluso el cine ha recogido parte de esta leyenda en la cinta Salomón y la reina de Saba, rodada en 1959 en España.

El reino preislámico de Saba tuvo su centro neurálgico hacia el sur de la Península Arábiga. Saba fue un país muy rico, avanzado en técnicas agrícolas, que comerciaba con incienso y especias, oro y piedras preciosas. El rey Salomón, que oyó hablar de la reina de Saba, joven, poderosa y rica, además de sabia como él, quiso conocerla y la llamó a su  palacio de Jerusalén. Corría el rumor de que la reina tenía un terrible defecto en sus extremidades. Unos decían que tenía una gran pilosidad en sus piernas otros que tenía “pies de cabritillo”. Salomón, se cuenta, ideó una estratagema para conocer mejor los problemas de Saba, encharcando una de las estancias que debía atravesar la reina y que le obligó a descalzarse y levantar sus vestimentas, quedando a merced del sabio Salomón. Salomón ayudó, en cualquier caso, a  solucionar sus problemas con un ungüento depilatorio de cal apagada y cenizas.

Templo del Sol. Yemen

Bilquis quedó varios meses junto a él, sosteniendo largas conversaciones y jugando a muchos acertijos, poniéndose ambos a prueba. La leyenda afirma que la virginidad era una virtud a la que la reina no quería renunciar; pese a ello, la habilidad y encanto de Salomón dio a torcer el brazo casto de Astarté, cayendo bajo sus encantos de poderoso y sabio rey; aunque tuvo que esperar seis largos meses. Ambos engendraron a un niño, Menelik; que fue ungido en Israel como rey de Etiopía  (Menelik I fundador del reino de Etiopía).

Unos restos arqueológicos hallados en las excavaciones  a unos 130 km de Sanaa, la capital de Yemen (excavaciones de Marib) apuntan a la existencia de un complejo de templos conocido como Mahram Bilquis, dedicado a la Luna. Un equipo internacional de arqueólogos afirma que allí  vivió la legendaria reina. Entre los templos encontrados destaca el Templo del Sol, donde se cree que estaría su trono.  Estos descubrimientos muestran que los sabeos eran un pueblo pacífico y de mentalidad comercial.

La historia y la arqueología vienen a demostrar la existencia de Makeda, la reina que gobernó desde las profundidades del desierto a una gran civilización rica y floreciente que se extendió desde el sur de Arabia hasta el “cuerno de áfrica”, con un comercio importante de productos exóticos y que rendía adoración a sol, la luna y las estrellas. Con toda probabilidad, quizás a raíz de los intercambios comerciales y no tan comerciales con Israel, adoptaría el monoteísmo en la figura de Yahvé, según cuentan las leyendas, tras su viaje a Jerusalén.

La reina de Saba, un personaje legendario que sobrepasa la historia hasta elevarse a la figura de mito.

Alberto Bermejo

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