Nos vamos a Perú. País que visitamos en 2014 con PERIPLOS. Nuestra fecha de partida Semana Santa de 2019. Un viaje con ONEIRA club de viajeros. Conocer el Valle Sagrado de los Incas es merecedor, por sí solo, para justificar un viaje a Perú. Allí se encuentra enclavado Machu Picchu al que dedicaremos otro post aparte. ¿Os apetece conocer este territorio tan sagrado para los peruanos?

El Valle Sagrado de los Incas en los Andes peruanos está compuesto por abundantes ríos que fluyen por quebradas y pequeños valles. Además, alberga innumerables monumentos arqueológicos y pueblos indígenas. Este valle fue muy apreciado por los incas debido a sus singulares propiedades geográficas y climáticas. Sus habitantes, nativos de la etnia quechua, conservan muchas costumbres y ritos ancestrales. Además, no solo fue importante como centro agrícola, sino también para la cosmología religiosa del pueblo inca.

Visitaremos el Museo Inkary inagurado recientemente  que está considerado como unos los museos más completos de las culturas prehispánicas hasta llegar a la cultura inca, pasando por Caral, Lambayeque, Chavin, Paracas, Moche, Nasca, Chimú, expuestas en un recorrido cronológico, donde no solo se muestran las piezas y cerámicos sino también los rostros de antiguos pobladores y sus costumbres en una exhibición 100% vivencial. Se trata de 8 salas que muestran algo de la vida cotidiana de cada civilización. El pueblo de Chinchero conserva el estilo de la época y está rodeado por los nevados de Salkantay, Verónica y Soray. Sus habitantes viven donde sus antepasados lo hicieron con sus construcciones casi intactas. La leyenda afirma que Chinchero fue incendiada en 1536 por Manco Inca, en su fuga hacia Vilcabamba, con la intención de no dejarles nada a los españoles. En Chinchero las tradiciones perduran en el tiempo, como si la esencia de una cultura milenaria se aferrara en este lugar, rechazando marcharse. Los habitantes nativos, vestidos con coloridos trajes característicos se juntan en el Mercado de Chincheros, ubicado en la Plaza de Armas y en frente de la iglesia, para intercambiar sus productos (el trueque sigue muy presente). Contemplar todo este grupo de personas de raíces culturales acentuadas y profundas, ajenos a todo signo de modernidad, resulta toda una experiencia. Aquí se exhiben vestimentas de lana de oveja, alpaca y llama, artesanías, instrumentos musicales autóctonos, alimentos como patata, chicharrones, hojas de coca, café, maíz y otras decenas de alimentos entre otros.


La importancia del pueblo de Maras radica en la extracción de sal. Desde la época incaica fue un mineral muy importante, transcendental para el consumo humano. Estas salinas están compuestas por más de 5000 pozas, cada una de ellas empleada por una familia las cuales se obtienen del flujo de un manantial de agua salada y de la inclinación de la montaña Qaqawiñay. El pueblo de Moray alberga una serie de terrazas abancaladas circulares de manera concéntrica en forma de cuenco, evocándonos la imagen de un cráter artificial o de un anfiteatro. Este fue uno de los más distinguidos centros de investigación agrícolas incaicos, dedicado a experimentos y siembra de cultivos provenientes de todos los lugares del imperio. Los andenes están colocados de tal forma que cada terraza posee un clima muy particular, pudiendo plantar decenas y cientos de alimentos al mismo tiempo. El pueblo de Ollantaytambo, conocido como “Ollanta”, fue durante la época incaica una ciudad fortificada, con zonas urbanas, agrícolas, templos y muros defensivos. Constituyó un complejo militar, religioso, administrativo y agrícola. La leyenda cuenta que Ollántay (el titán de los Andes), de origen humilde, amaba a la princesa Cusi Coyllor, hija del rey Inca Pachacútec, quien estaba disconforme con su amor. Este envió a su hija a una casa de vírgenes, momento que aprovechó Ollántay para raptarla, aunque finalmente no tuvo éxito. Ollántay desde su fortaleza se rebeló contra Pachacútec, el cual después de sangrientas batallas, derrotó al amado de su hija y le acabó perdonando la vida. La fundación del pueblo es atribuida a Ollántay cuya fortaleza aun prevalece estratégicamente entre dos montañas. Tanto la fortaleza como los ricos yacimientos arqueológicos incaicos pueden visitarse, entre ellos, el templo a Inti (el dios sol), el Incamisana, los baños de las Ñustas (princesas), las chullpas de Cachiccata, y otros lugares. La entrada se realiza por una puerta conocido como Punku-punku, erigida con piedra y doble jamba imperial. Se empieza subiendo unas escalinatas precisamente bien trazadas y se termina sobre una obra maestra de la arquitectura incaica. En la cumbre despuntan seis monolitos hechos a base de granito de enorme tamaño, encajados con una enorme precisión, los cuales tienen esculpidos enigmáticos mensajes de iconografía inca. Se estima que para subir estas enormes piedras se necesitaron alrededor de mil esclavos para empujarlas cuesta arriba. Después de la llegada de los españoles, se convirtió en un lugar muy visitado por los virreyes y muchos viajeros consideran el lugar, después del Machu Picchu, como las ruinas de piedra más impresionantes de Perú y del mundo. 

Existen en el entorno del valle comunidades indígenas de marcadas costumbres ancestrales. Un ejemplo es la ceremonia ancestral inca Coca k’intu  (que incluiremos en nuestro viaje) que significa en quechua ofrenda o flores para la divinidad. Este k’intu consiste en 3 hojas de coca que simbolizan los 3 mundos del pueblo andino (el de los dioses, el de los humanos y el de los muertos) que lo utilizaban como ofrenda en sus rituales religiosos para propiciar bendiciones, protecciones y buenas cosechas. El pueblo de Pisac se sitúa en las faldas del cerro Inithuatana y es mundialmente afamado por su mercado artesanal y sus admirables restos arqueológicos, dispuestos sobre una montaña en lo alto de un pueblo. Este fue esencial en la época incaica gracias a su privilegiada ubicación y a sus ricas tierras. Posee el mejor sistema de andenería (terrazas abancaladas) conseguido por los incas en todo los Andes. Gracias a este sistema salvaron la pendiente de la montaña para mejorar sus cultivos y conseguir una mayor variedad en los mismos. A partir de la Plaza principal, el poblado se transforma en feria y queda enlazado al Mercado de Pisac donde se pueden encontrar artesanía, tejidos multicolores, telas, ponchos, joyas, antigüedades, objetos rituales, alimentos, frutas y bebidas tradicionales milenarias. Además, las empanadas tradicionales son muy típicas en el pueblo, hechas en hornos de Barro con un sabor y un arte especial. Las ruinas de Pisac son de una belleza fascinante y de una ubicación privilegiada, en lo alto de una colina, rodeada de barrancos, terrazas agrícolas y con vistas al Valle Sagrado. Esta estructura servía de protección al valle del Urubamba, sito a sus pies, pero también a un paso que conducía a la selva, al noroeste. Dentro del yacimiento hay templos, pozos de agua y construcciones de piedra tallada formando torreones, fortalezas y observatorios astronómicos. Dentro de las ruinas encontramos diferentes barrios, como el de Pisaq’a, que estaba dedicado a albergar a aquellos que aquí vivían; el barrio de Intiwatana, donde se encontraban los palacios y templos del recinto arqueológico con preciosos ejemplos de mampostería y el barrio de K’alla Q’asa, en lo más alto de la montaña con torreones, murallas y unas vistas magníficas de todo el Valle Sagrado.  En la parte superior se encuentra el centro ceremonial, varios canales de agua aún en funcionamiento y preciosos ejemplos de mampostería en los templos. Unos agujeros en la  pared del peñasco configuran unas tumbas incas saqueadas y actualmente cerradas al público.

El Valle Sagrado de los Incas en Perú, en suma, es realmente un destino en sí mismo: repleto de lugares, paisajes y actividades para todo tipo de viajeros.

Alberto Bermejo

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