Aunque la pacífica convivencia con nuestros queridos vecinos portugueses nos pueda decir lo contrario, hace siglos constituyeron un imperio portentoso; el primer imperio colonial moderno, que se expandió con ambición y furia por todos los rincones del planeta, atizados por el afán de aventura y arrojo de sus navegantes, guerreros y comerciantes. De este episodio, que comenzó a principios del siglo XV, los portugueses dejaron asentamientos por lugares tan inhóspitos y diversos como América del Sur, África, India, Oceanía, Asia Oriental y, por supuesto, las Islas Azores, las islas que visitaremos con ONEIRA en junio de 2024, dentro de pocos meses. ¡Últimas plazas!. En Azores, no todo es naturaleza salvaje, también conoceremos mejor el legado colonial que dejó Portugal en las islas de  Terceira y São Miguel. Sigue leyendo en nuestro Blog Oneira.

Las Azores, ocupadas por los portugueses en el siglo XV, representó un enclave fundamental en este movimiento expansivo de la corona portuguesa. Como punto clave para reabastecerse de camino al continente americano o africano, pronto, el resto de las potencias comenzó a codiciar este conjunto de islas, que se convirtieron en escenario de batallas marítimas por su control.

Es en este contexto bélico, con las coronas europeas batiéndose entre ellas por la conquista del mundo, en el que aparecen las primeras edificaciones de arquitectura colonial portuguesa: las fortificaciones militares. Las fortalezas de Sao Bras en Ponta Delgada y de Sao Joao Baptista en Angra son testimonios vivos de esta necesidad de defensa en estos peligrosos años. Ambas fortalezas se caracterizan por sus amplias paredes de piedra y su sobriedad militar, donde la necesidades defensivas se priorizan sobre cualquier ornamento estético.

Sin embargo, conforme se expandía el imperio, tornándose en la corona más grande y rica en el siglo XVI, esta riqueza, abundancia y poder se transmitió a la arquitectura. De esta forma, poco a poco, la estética comenzó a ganarle terreno a la mera practicidad en busca de un compromiso entre belleza y función; y así, las colonias se vieron influidas por los diferentes estilos arquitectónicos en boga en el continente europeo.

Además de las necesidades militares satisfechas por esas poderosas fortificaciones que tanto nos recuerdan a las fortalezas españolas del Mar Caribe, la corona portuguesa en su irrefrenable expansionismo requirió de edificios donde albergar a las autoridades y ejercer ese poder cada vez más grande y ominoso que representaba el Imperio: mansiones para los gobernadores, palacios para los Capitanes Generales… Ejemplos de ello los encontramos en el Palacio dos Capitães Generais en Angra, una imponente residencia de estilo renacentista construida en el siglo XVI o el fastuoso Palacio de Sant´Ana del siglo XVIII, de estilo tanto barroco como neoclásico, que sirvió como residencia oficial del gobernador de las Azores en Ponta Delgada.

Sin embargo, y de la misma forma que ocurrió con el Imperio Español, la religión fue un eje vertebrador esencial en la expansión colonial portuguesa. Junto a fortificaciones y palacios, otras construcciones fundamentales fueron las iglesias, conventos, monasterios y catedrales, en ese esfuerzo civilizador conjunto que lideraban guerreros y capellanes. Es en estos edificios religiosos donde encontramos varios de los ejemplos más luminosos de la arquitectura portuguesa en las islas. La Iglesia Matriz de Sao Sebastiao en Ponta Delgada, uno de los ejemplos más sobresalientes, es una hermosa construcción del siglo XVI con una mezcla personalísima de estilos arquitectónicos rematada por su ornamentada fachada. En Angra do Heroismo encontramos tanto el Convento de Sao Francisco como la Catedral, ambos del siglo XVI, con los colores claros tan característicos del estilo colonial.

Por último, en este breve repaso de la arquitectura de las islas no podemos dejar de mencionar las callejuelas adoquinadas de piedra caliza y basalto de Angra y Ponta Delgada, con sus magníficas casas señoriales, su plaza renacentista (Praça Velha) o la omnipresencia de la piedra oscura que nos recuerda el origen volcánico de las islas Azores. Todas estas construcciones son, en definitiva, un ejemplo cautivador fruto de la perfecta comunión entre ese Imperio desbordante y la frondosa naturaleza de la región.

 

A.  Bermejo Vesga

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