El pasado mes de Noviembre el mundo de la egiptología se veía sorprendido por un notición proveniente de la isla de Mallorca. Una joven egiptóloga profesora de la Universidad de Liverpool, Marina Escolano, se daba de bruces con unos fragmentos de papiros escritos hace 4000 años. El descubrimiento, producido en el Museo Bíblico de Mallorca, pronto trascendió a la prensa de todo el mundo por el contenido de los mismos: unos textos filosóficos que por la fecha en la que se datan se convierten en el vestigio más antiguo de pensamiento escrito jamás encontrado. En él se desarrolla un breve cuento titulado “Debate entre un hombre y su Ba”, donde un hombre dialoga con su alma acerca del sentido de la vida y sus dudas acerca de lo que puede pasarle en el momento de su muerte. Lo singular del texto es que consiste enteramente en una serie de preocupaciones y reflexiones personales que no se distancian en absoluto de los pensamientos que hoy en día podemos hacernos acerca del asunto. Por si había alguna duda, el hombre lleva cuestionándose a sí mismo y acongojado ante la posibilidad de la nada desde hace miles de años.
Tantos siglos han cambiado la faz de la tierra, pero otras muchas cosas permanecen invariables, y entre ellas se encuentra el abismo impenetrable que toda persona enfrenta ante la llegada de su muerte. Otro hermoso ejemplo de esto mismo lo podemos encontrar en el “Diálogo del pesimismo” mesopotámico, un texto antiquísimo, de principios del primer milenio a.C. que nos sorprende con un pesimismo de lo más contemporáneo al plantear la posibilidad del suicidio ante el sinsentido de la vida.
La filosofía muy pronto situó este problema en protagonista. Si bien no podemos decir que en Egipto hubiese una filosofía tal y como hoy la conocemos, como investigación racional y sistemática acerca de las cosas, sí que tuvo un sistema religioso profuso y complejo a través del cual canalizaron sus ideas y anhelos acerca de la vida y lo que podían esperar tras ella. Es más, se podría decir que si de algo se encargó esta apasionante civilización fue de pensar e imaginar con toda la fuerza y creatividad que poseía acerca del destino del alma después de la muerte. Su mitología, sus ritos e incluso su sistema social y sus técnicas más sorprendentemente avanzadas giraron en torno al hecho de la muerte y la conservación eterna del alma.
El pilar fundamental de este conjunto de creencias residía en la inmortalidad del alma. Al antiguo egipcio se le hacía saber que el núcleo esencial de su persona no perecería en el momento de la muerte del cuerpo, pero si quería trascender al más allá junto a la diosa Nut debía cumplir un código severo de conducta que le prohibía todo tipo de acciones y le obligaba a otras. Su incumplimiento no era baladí pues lo que le esperaba tras la muerte era el juicio del temible dios Osiris junto a sus 42 asesores. En el momento del fallecimiento contaría con la guía del dios Anubis, que lo llevaría a comparecer frente al tribunal de Osiris y le extraería el Ib, el corazón que en la mitología engloba tanto la conciencia como la moralidad. En una hermosísima imagen, este corazón sería colocado en un lado de una balanza en la que en el extremo opuesto se situaba una pluma de avestruz de la diosa Maat. La diosa, hija de Ra y símbolo de la verdad y la justicia, juega un papel fundamental en la mitología como representante de la armonía. Si el corazón se prueba más liviano que el peso de la pluma que porta la diosa se constataría que perteneció a una persona virtuosa y pura, fiel seguidora del código de conduta religioso, y acto seguido se le permitiría entrar en el pleroma donde acompañará a Osiris y será alimentada por siempre con manjares deliciosos. El destino que esperaba al pecador, por el contrario, con un corazón pesado por sus acciones malvadas, sería el inframundo llamado Duat. Hoy en día nos resulta muy familiar los sistemas religiosos que se vertebran en torno a la inmortalidad del alma y la idea del juicio de los actos, pero nunca seremos suficientemente conscientes de lo original de la mitología egipcia y la poderosa influencia que ejerció en todo el mundo mediterráneo hasta nuestros días.
A. Bermejo Vesga
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