ONEIRA club de viajeros prepara un gran viaje al Antiguo Egipto con salida el 26 de enero de 2023. ¿Quieres acompañarnos? ¡Reserva ya tu plaza!. Por la importante demanda de viajeros es particularmente necesario bloquear cuanto antes las plazas del grupo. Si quieres venirte, no te demores en apuntarte. Porque la egiptomanía prevalece, siendo incluso ¡más antigua! Que la propia egiptología.  Hoy dedicaremos nuestro artículo a este interés desmesurado por el Antiguo Egipto, que se remonta a la época romana y alcanza nuestros días. Y no es para menos. Visitar Egipto y descubrir las maravillas arqueológicas que encierra este país es algo fascinante.

Os comentaba que en efecto, el interés por Egipto se desarrolló tras la conquista del reino de Cleopatra (aún siguen buscando su tumba) por parte de Roma. Adriano quedo maravillado del país, que lo consideró cuna de la sabiduría y la magia. De hecho, la primera novela latina “Metamorfosis de Apuleyo” se explaya ampliamente sobre los Misterios de la diosa Isis egipcia. Este interés exacerbado por Egipto se mantendría hasta la Edad Media y el Renacimiento.

En las “casas de la vida” egipcias se enseñaba a los aprendices: medicina, astronomía, matemáticas, alquimia y filología y acogían a estudiosos extranjeros llegados de diferentes lugares y culturas. El mismo Pitágoras fijó su residencia en Egipto para estudiar astronomía y geometría. Otros grandes pensadores recalaron en el país de los faraones.

El culto a diversas divinidades egipcias, como el comentado de Isis, se expandió por Italia en época romana, donde se levantaron algunos templos, como en Pompeya. De la misma forma los enigmáticos jeroglíficos desempañaron un papel relevante en la egiptomanía en el mundo antiguo. Tácito los describió como “pensamientos simbólicos representados mediante figuras de animales”. En 1422, Cristoforo Buondelmonti (nacional de Florencia) llevó a su tierra la copia de un pequeño libro encontrado en Grecia: “Hieroglyphica”, uno de los primeros manuales que pretendieron descifrar los jeroglíficos, hecho que no fue posible hasta el desciframiento de la Piedra Rosetta (expuesta en el British Museum de Londres) por Jean-François Champollion, otro de los grandes hitos históricos entre los egiptomaníacos.  El jesuita alemán Athanasius Kircher se considera, en cualquier caso, como primer gran investigador de la escritura jeroglífica.

En otro post os contaremos la historia de Napoleón en el Antiguo Egipto, su expedición de finales del s. XVII, que se hizo acompañar por 167 investigadores y científicos (naturalistas, matemáticos, dibujantes, literatos, etc) para documentar el inefable Egipto y sus monumentos, demostración de un pasado de grandeza.  A la finalización de su expedición, ya en Francia,  se editaría la monumental “Description de l’Egypte”, en nueve grandes volúmenes que contribuyó a la propagación de la egiptomanía por todo Occidente.

Una expedición posterior a Egipto tuvo más éxito: la expedición franco-toscana de 1828, a petición de Champollion e Ippolito Rosellini (precursor de la egiptología) y patrocinada por el gran duque Leopoldo II de Toscana, orientada a levantar planos de los monumentos, copiar inscripciones en Egipto y Nubia, adquirir objetos arqueológicos e iniciar algunas excavaciones. Los investigadores reflejaron su trabajo en la excelsa obra: “Los monumentos de Egipto y de Nubia”.

En el s. XIX la pasión por Egipto y la egiptomanía se desbordó completamente, reflejándose en arquitectura y artes decorativas en toda Europa: edificios, capiteles, esculturas… Algunas sociedades secretas como la masonería también contribuyeron a su difusión. La decoración  con motivos egipcios de la sala principal de la  villa de Napoleón en San Martino, en isla de Elba (Italia) es una muestra de ello. Muchos pintores decimonónicos se inspiraron en temas egipcios para desplegar su arte. Sería también en el s. XIX cuando se fundaron las grandes colecciones de objetos egipcios reunidas en diversos museos. Durante este siglo se organizaron grandes e importantes excavaciones, como las del francés François Auguste Mariette y se hicieron relevantes descubrimientos, como la Tumba de Nefertari por Ernesto Schiaparelli. A finales del XIX la egiptología era ya inconfundiblemente una importante disciplina científica.

Pero el mayor hecho de importancia histórica que fascinó a todos y que profundizó aún más en la egiptomanía, esa enfermedad que parecía contagiar a todo el orbe, fue el descubrimiento por Howard Carter en 1922 de la tumba del faraón Tutankamón (de la que hablaremos otro día) completamente intacta,  y su fabuloso tesoro.  En el siglo XX se recogieron buenos ejemplos de egiptomanía en obras cinematográficas que relataban la vida de Cleopatra o de Moisés, o en historias increíbles y misteriosas, como La momia (1999). La literatura también se ha hecho eco de este furor por el mundo del Antiguo Egipto en novelas del español Terenci Moix y otros muchos autores internacionales.

Nuestra pasión por el Antiguo Egipto nunca se deslucirá. Seguiremos siendo poseídos por este gran mal, la egiptomanía, por ese misterio ancestral que se encierra entre las piedras que pueblan las tierras que habitaron durante milenios los antiguos pobladores de las riberas del ancho Nilo. ¿No os parece?

Alberto Bermejo

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