Perú... por tierras de los Incas
Manuel Belda, coleccionista de Quijotes y gran viajero, como lo fuera a su modo el Caballero de la triste figura, nos ha acompañado con PERIPLOS a lugares mágicos por todo el orbe. Y aprendemos mucho con su "maleta amarilla" a la que siempre nos invita. Recordamos especialmente nuestro viaje a Perú de 2014, compartido con él.
La semblanza de aquel periplo en El Tragaluz del Tiempo bajo el título de "Fotos no" es reflejo de las emociones que despertó aquel viaje inolvidable, y lo traemos hoy a nuestro blog de ONEIRA club de viajeros, como aperitivo de nuestro siguiente viaje a Perú el legado del Imperio Inca, en Semana Santa 2019.
FOTOS NO
Miércoles Santo. Amanece y el sol enciende los picachos nevados de los Andes cuando emprendemos la ruta más larga del periplo por Perú. De Puno a Cuzco. Dejamos al costado, como dicen por allí, la mágica maravilla del vuelo de los cóndores del Colca y los vivos colores de los uros en el lago Titicaca.
Entre andenes de maíz y de quínoa aparecen y desaparecen los pequeños pueblos de iglesias blancas. Hacemos una parada en un de ellos. Pese a lo temprano de la hora, hay mujeres vendiendo mantas y muñecas de alpaca, y unos niños bailando en torno a una fuente… A lo lejos, recortado sobre el nítido azul, un volcán echando humo…
Visitamos los saqueados yacimientos funerarios de Sillustani y el museo lítico de Pukara, donde vemos, (fotos no), con un cierto desasosiego, al Degollador, al Decapitador, el monolito de un hombre que sostiene en sus manos una cabeza humana…
Seguimos haciendo kilómetros por el altiplano con paisajes como de cine, donde casi se tocan las nubes con la mano…Y ya estamos en el llamado Paso de la Raya, a 4.300 metros de altitud, una sin igual postal cromática donde sí se pueden hacer fotografías con llamas de verdad…
Sin demorar (verbo muy peruano) demasiado porque hemos de llegar antes de las cinco de la tarde al pueblo de Andahuaylillas, a unos 45 kilómetros de Cuzco, continuamos viaje.
Imprescindible la visita al Templo del dios Wiracocha, junto al volcán Quimsachata. Un singular complejo de distintas construcciones incas de almohadilladas piedras… Quema el sol y pinta destellos sobre el agua del río Vilcanota que corre al lado de la carretera.
Y por fin, pocos minutos antes de las cinco de la tarde, estamos a las puertas de la Iglesia de San Pedro, en el pequeño pueblo de Andahuaylillas, nombre que en quechua significa “pradera cobriza”.
Subimos la escalinata de granito que la rodea. Y entramos, fotos no, a la que llaman Capilla Sixtina de América.
Miramos para arriba, para los lados, para todos los lados, en todas las direcciones. Nuestros ojos se mueven sin parar. Y nos quedamos atónitos, sin habla… Asombrados, desconcertados, ante tan peculiar belleza. Acaso como se quedaron los antiguos nativos, convertidos a la fuerza al cristianismo, al contemplar ese repujado y brillante volcán dorado. De pan de oro. El cielo de su artesonado. La riqueza de su ornamentación. El deslumbrante y retorcido barroco andino. Tallas y valiosas pinturas… Y un órgano, mudo en ese momento igual que nosotros, y que acaso suene como los ángeles y los querubines que lo rodean…
Fotos no. En el altar mayor, puesto en andas, un preciado y precioso Cristo, copia del Cristo de los Temblores de la catedral de Cuzco.
Fotos no.
El sol ya se ha puesto cuando salimos.
Del cielo a la tierra. Del todo a la nada. Del oro a la lana…
Corremos al autobús. Aún hay que llegar a Cuzco.
Al final de las gradas, a los pies de las cruces desnudas del Calvario del atrio, una viejecita de tez negra. La Soledad. La Dolorosa. Acaso la Piedad.
La Pachamama.
Y un perro.
Es Miércoles Santo.
Fotos no.
Manuel Belda
Ciudad Rodrigo